miércoles, 25 de agosto de 2010

Vendeme ambulante si es que puedes.‏

Llévame bajo tu brazo y paséame como Mercurio por esa plaza pentagonal en cada tarde soleada de domingo, así de banca en banca; luego al tanto de tus relajos y cuando las hojas de Artes y Letras se hagan aburridas; déjalos como a mí, depositados solo en tu ocio que es desde donde me conoces; y a la noche cuando crepiten los ecos de tus lecturas idas, tal vez vengan todos ellos que nombras conmigo de la mano; y solo sean vendedores de sueños, como ese ambulante que niega a no cargar otro sueño que solo sea el que le da el pan, ya que por eso trabaja; y tal vez tenía ese sueño que era multiplicar el pan de los bares cuando ya el alcohol no llena y las servilletas se gastan de tanto rayar las incoherencias de una vida, que para luego darle coherencia se volvieron de letras, y entre todas ellas pedía así mismo venderse por un poco más de lo que valen los hechos incompletos, para hacerlos dicha allá donde solo llegan aquellos que van de la mano de su credo; y ahora que ya no doy credo a una expectativa que juega a gastarse, sonrió lejana y marcho otra vez a la plaza emula de Paris, donde siempre recuerdas que ese verde perpetuo también existe...

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