Míreme,
soy el mendigo que tira de su chaqueta mientras transita distraído
soy el hambriento que mira como almuerza detrás de un ventanal,
soy el herido que recolecta colillas al caer de cada noche,
soy aquel tipo, cesante ilustrado, del que no les conviene hablar.
repare en mí,
soy quien camino las mismas aceras que usted ha recorrido,
soy quien termino la diaria oración sin decir el amén,
soy el poeta que narra pasiones que ha construido,
soy el profeta que crea finales, olvida mitades e ignora principios...
y aunque no lo crea, sí soy importante,
por mí llueve en agosto y en septiembre florecen los aromos,
por mí mengua la luna, maúllan los gatos y llora el amante,
por mí cantan los grillos, reposan las cigarras y se enfurece el mar.
usted señor, que me mira de reojo, disimulando un gesto de asco;
que se aleja poco a poco, quizás por miedo a que lo asalte,
que me ve mal afeitado, triste, cabizbajo y por eso me condena
usted, que le habla a gritos al celular y luce orgulloso esa corbata de seda,
que camina acelerado, más preocupado del reloj que del paisaje,
debería saber que no lo desprecio, aunque sí le tengo pena...
no se ría, si es en serio lo que digo,
compadezco a los hombres que no han visto a la golondrina hacer un nido,
me dan pena las gentes que no tienen tiempo para conocer nuevos amigos,
y todos los seres que nunca han sentido a la Mistral, recitándole al oído.
sí, está bien, lo reconozco...
soy un paria, un soñador, medio ladrón y mentiroso,
que en lugar de sus deudas recuerda versos de Huidobro,
soy un artista, un perdedor, un cenobita y un vicioso,
que sólo aprecia la vida si logra escribir un verso tras otro.
soy misántropo, qué le hago, ya no puedo remediarlo,
anacoreta hasta los huesos, un inmoral de carne y verso,
y donde me ve, señor de la corbata, yo también tuve mis sueños
que a diferencia de los suyos no se reducían a monedas,
soñaba con un público que aplaudiera mis poemas,
un poco de pan fresco en la mesa, mucho tiempo para escribir,
unos labios que besar y una casa en las afueras...
bueno, si usted lo dice, soy un perdedor;
su sabiduría, seguramente, venía de regalo con el traje,
pero aquí, donde me ve, sé muchas más cosas que usted;
podrá citarle a Kafka, a Camus o a Capote,
seguro no los conoce, no juegan a la pelota.
claro que no es muy sabio pensar que los ganadores
son aquellos que pueden, una vez al mes, pagar la renta.
un triunfador es ése que nunca se da por vencido,
los ganadores son quienes son felices con lo que tienen.
yo podría decir que soy uno de esos,
y a pesar que la tristeza se ha venido a vivir a mis versos;
me contento día a día con muy poquitas cosas;
el sonido de mis pasos en una calle secundaria, el aire frío de madrugada,
el abrazo de un amigo en las tardes solitarias,
una botella de vino en las noches sin esperanza.
cuando no tengo en qué creer, me basta el beso de mis padres,
si no tengo a qué escribir, exalto musas que encuentro en bares
y aunque todas esas noches lloro, me contento por las mañanas,
y si veo morir un sueño, con sus cenizas construyo otro...
me alcanza para poder reír tan solo un lápiz y un papel,
y para ser feliz, tengo miles de cosas a las que escribir.
he escrito versos que exaltaban los cuerpos que he besado,
he escrito cuentos que enjugaban todo el llanto derramado,
le escribí al amor marchito, a los verdes que he perdido
a mis padres que están lejos, a los inviernos que se han ido
yo le he cantado a la amistad al ver morir a mis amigos,
al dolor, la soledad, la podredumbre y el hastío,
le he cantado a la esperanza, pongo a la luna de testigo,
y para comprar pan no me alcanza ni el más sentido verso mío.
por eso hoy, señor de la corbata,
recojo colillas, tiro de su chaqueta, reviso basureros,
porque yo, aunque no me lo crea, a veces también tengo hambre
(hambre de pan, hambre de Dios, hambre de vino)
y tengo sed y ganas de fumar y un afán por realizarme...
y ahora señor, me vendo,
cambio un trozo de pan por unos versos,
el perfume del mar por el fruto del cerezo,
cambio el fuego del hogar, por un hogar sin fuego,
y el milagro de amar por alguien con quien hacerlo.
Así que no me mire con esa cara de idiota,
y reconozca una cosa, señor de la corbata...
después de eso puede seguir mirándome por sobre el hombro
o continuar ignorándome cuando por la calle nos cruzamos...
Reconozca que yo tengo el tiempo para vivir y sentirlo todo,
que en mis versos viven mis amores perdidos, mis amigos muertos,
que con la magia de las palabras incluso he vencido a la distancia
que no me derrota el miedo y no necesito dormir para tener sueños.
Deje que le diga, eso sí, una cosa antes de irme,
pues de la misma forma en que usted desprecia mi forma de vivir,
yo desprecio sus valores, su amor por el dinero, su sed por competir.
y siento tanta pena verlo hincarse de rodillas ante un traje más costoso,
pues eso que usted llama futuro, a mí me trae sin cuidado,
y aquello que usted llama trabajo, yo le digo esclavitud.
Así que reconozca, señor de la corbata,
que si la vida lo ha tratado bien, a mí me dio talento y me trató mejor
y, que aunque todo lo que poseo, cabe de sobra en una pequeña pieza,
usted es, en lo que importa realmente, mucho más pobre que yo.
soy el mendigo que tira de su chaqueta mientras transita distraído
soy el hambriento que mira como almuerza detrás de un ventanal,
soy el herido que recolecta colillas al caer de cada noche,
soy aquel tipo, cesante ilustrado, del que no les conviene hablar.
repare en mí,
soy quien camino las mismas aceras que usted ha recorrido,
soy quien termino la diaria oración sin decir el amén,
soy el poeta que narra pasiones que ha construido,
soy el profeta que crea finales, olvida mitades e ignora principios...
y aunque no lo crea, sí soy importante,
por mí llueve en agosto y en septiembre florecen los aromos,
por mí mengua la luna, maúllan los gatos y llora el amante,
por mí cantan los grillos, reposan las cigarras y se enfurece el mar.
usted señor, que me mira de reojo, disimulando un gesto de asco;
que se aleja poco a poco, quizás por miedo a que lo asalte,
que me ve mal afeitado, triste, cabizbajo y por eso me condena
usted, que le habla a gritos al celular y luce orgulloso esa corbata de seda,
que camina acelerado, más preocupado del reloj que del paisaje,
debería saber que no lo desprecio, aunque sí le tengo pena...
no se ría, si es en serio lo que digo,
compadezco a los hombres que no han visto a la golondrina hacer un nido,
me dan pena las gentes que no tienen tiempo para conocer nuevos amigos,
y todos los seres que nunca han sentido a la Mistral, recitándole al oído.
sí, está bien, lo reconozco...
soy un paria, un soñador, medio ladrón y mentiroso,
que en lugar de sus deudas recuerda versos de Huidobro,
soy un artista, un perdedor, un cenobita y un vicioso,
que sólo aprecia la vida si logra escribir un verso tras otro.
soy misántropo, qué le hago, ya no puedo remediarlo,
anacoreta hasta los huesos, un inmoral de carne y verso,
y donde me ve, señor de la corbata, yo también tuve mis sueños
que a diferencia de los suyos no se reducían a monedas,
soñaba con un público que aplaudiera mis poemas,
un poco de pan fresco en la mesa, mucho tiempo para escribir,
unos labios que besar y una casa en las afueras...
bueno, si usted lo dice, soy un perdedor;
su sabiduría, seguramente, venía de regalo con el traje,
pero aquí, donde me ve, sé muchas más cosas que usted;
podrá citarle a Kafka, a Camus o a Capote,
seguro no los conoce, no juegan a la pelota.
claro que no es muy sabio pensar que los ganadores
son aquellos que pueden, una vez al mes, pagar la renta.
un triunfador es ése que nunca se da por vencido,
los ganadores son quienes son felices con lo que tienen.
yo podría decir que soy uno de esos,
y a pesar que la tristeza se ha venido a vivir a mis versos;
me contento día a día con muy poquitas cosas;
el sonido de mis pasos en una calle secundaria, el aire frío de madrugada,
el abrazo de un amigo en las tardes solitarias,
una botella de vino en las noches sin esperanza.
cuando no tengo en qué creer, me basta el beso de mis padres,
si no tengo a qué escribir, exalto musas que encuentro en bares
y aunque todas esas noches lloro, me contento por las mañanas,
y si veo morir un sueño, con sus cenizas construyo otro...
me alcanza para poder reír tan solo un lápiz y un papel,
y para ser feliz, tengo miles de cosas a las que escribir.
he escrito versos que exaltaban los cuerpos que he besado,
he escrito cuentos que enjugaban todo el llanto derramado,
le escribí al amor marchito, a los verdes que he perdido
a mis padres que están lejos, a los inviernos que se han ido
yo le he cantado a la amistad al ver morir a mis amigos,
al dolor, la soledad, la podredumbre y el hastío,
le he cantado a la esperanza, pongo a la luna de testigo,
y para comprar pan no me alcanza ni el más sentido verso mío.
por eso hoy, señor de la corbata,
recojo colillas, tiro de su chaqueta, reviso basureros,
porque yo, aunque no me lo crea, a veces también tengo hambre
(hambre de pan, hambre de Dios, hambre de vino)
y tengo sed y ganas de fumar y un afán por realizarme...
y ahora señor, me vendo,
cambio un trozo de pan por unos versos,
el perfume del mar por el fruto del cerezo,
cambio el fuego del hogar, por un hogar sin fuego,
y el milagro de amar por alguien con quien hacerlo.
Así que no me mire con esa cara de idiota,
y reconozca una cosa, señor de la corbata...
después de eso puede seguir mirándome por sobre el hombro
o continuar ignorándome cuando por la calle nos cruzamos...
Reconozca que yo tengo el tiempo para vivir y sentirlo todo,
que en mis versos viven mis amores perdidos, mis amigos muertos,
que con la magia de las palabras incluso he vencido a la distancia
que no me derrota el miedo y no necesito dormir para tener sueños.
Deje que le diga, eso sí, una cosa antes de irme,
pues de la misma forma en que usted desprecia mi forma de vivir,
yo desprecio sus valores, su amor por el dinero, su sed por competir.
y siento tanta pena verlo hincarse de rodillas ante un traje más costoso,
pues eso que usted llama futuro, a mí me trae sin cuidado,
y aquello que usted llama trabajo, yo le digo esclavitud.
Así que reconozca, señor de la corbata,
que si la vida lo ha tratado bien, a mí me dio talento y me trató mejor
y, que aunque todo lo que poseo, cabe de sobra en una pequeña pieza,
usted es, en lo que importa realmente, mucho más pobre que yo.
autor:Gonzalo Osses Vilches
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